Diana Gómez Navas - Adrián Serna Dimas

Contra lo que se pueda pensar en un primer momento, llevar o seguir un diario no es una práctica sencilla, en cuanto supone unas disposiciones, disciplinas y obligaciones con la escritura más allá de los usos habitualmente instrumentales que hacemos de ella. El diario requiere una escritura desnu-da, esto es, entregada totalmente a las circunstancias sin las contenciones que pudieran imponerle cuestiones mecánicas, formales o conceptuales, una escritura que, al mismo tiempo, desnuda a quien escribe, es decir, que hace a su presencia fiel o leal a esas circunstancias, por indiferente, ig-norante, omisiva o hasta abyecta que esta pueda ser. El diario supone una interpelación del mundo social inmediato que no sucede de una sola vez, sino que irrumpe con los días, toma forma con las semanas, se hace con el paso del tiempo. El diario, en últimas, requiere a la escritura para hacerse a los acontecimientos que interpelan la existencia, la reclama en cuanto medio para inscribir al sujeto en el discurrir, también para encriptarlo con este; la exige para el esclarecimiento, pero, igualmente, para la creación.